5/6/09

Que rico...





Desde hace varios días me he dado cuenta que soy realmente un bueno para nada, bueno más bien ahora estoy seguro. Antes me consolaba pensando en que quizá los estudios no eran para mi, al menos no la forma escolarizada de la Ciudad de México, ahora entiendo que era algo más allá que el estado ofreciendo una maña calidad educativa, simplemente soy un idiota. Intenté unirme a los deportes, con cierto éxito al principio, resulta que correr por mi integridad durante la primaria para que mi abusón no me golpeara tan fuerte y lleno de energía sirvió de algo, no para el futbol que es tan popular aquí, pero sí para el beisbol, corría como nadie y fui escalando en la pirámide deportiva, gané muchos juegos e inclusive dinero haciendo retas con otros corredores que aseguraban que corrían más rápido que yo, al principio los dejaba tomar la delantera, eso me lo enseñó un profesor, que según así la persona de adelante tiene que hacer a un lado el viento, como si fueran cortinas, y si atrás de él me quedaba por un momento esas cortinas me estorbarían menos y al final tendría más energía que el de adelante, siempre ganaba con esa técnica. Los equipos que hacíamos eran con nombres de países que no conocíamos, bueno ahora sé que eran países en aquel entonces para mi sólo eran nombres raros, y extrañamente teníamos rivales casi de muerte, cuando jugaba contra Rusia y siendo yo de E.E.U.U. nuestro entrenador Roberto Fuentes, nos incitaba a una lucha que ignorábamos, pero que nos hacía sentir poderosos y enojados, y salíamos a jugar-pelear, bateábamos más fuerte, más alto, corríamos más rápido, la tierra era la cama correcta del contrincante, sólo ganamos una vez contra Rusia. Ellos tenían una arma secreta, en lugar de usar tacos, ¡usaban tenis Panam!, de esos que sirven para correr más rápido, golpear más fuerte, y para meternos el pie sin que alguien se diera cuenta, siempre se defendía diciendo que en la arena había muchas piedras. Un día nos hartamos de perder y les ganamos, pero a ellos no les agradó, y se armó el tiro en la cancha, nadie nos detuvo, sólo nos incitaban más, y al capitán de Rusia que usaba casco lo arrojaron al montículo de tierra, a él no le pasó nada, pero su caso salió volando y golpeó mi rodilla izquierda; ahí terminó mi carrera como deportista, ya no quedaba más que hacer, ni con mi rodilla ni con mi persona. Pero continué, regresé a los estudios en escuelas públicas tradicionales, sin éxito nuevamente, al menos no el académico, logré acostarme con muchas mujeres gracias al rumor de que cuando doblaba mi rodilla ésta temblaba tan rápido que estimulaba cualquier cosa que lo necesitara, y por supuesto en la edad de la punzada lo que más les punza a las niñas es la entrepierna; y sí vibraba y vaya que lo hacía bien, y terminó por llenarse de infecciones venéras, y ése rumor se corrió más rápido. El doctor me dijo: Normalmente digo “te sorprendería saber cuántas personas tienen la entrepierna podrida”, pero aquí obviamente soy yo el sorprendido. Las infecciones se curaron, pero los rumores se vuelven leyendas y apodos, no resistí mucho ser llamado “rodilla podrida” así que me cambié a la actual escuela, donde no soy nadie relevante, sólo un niño promedio que sabe que es un bueno para nada, y que por ahora prefiere hacer algo extraordinario en beneficio del mundo, un ser menos que tire basura y desperdicie oxígeno, lo único especial en mi es mi cojera, ahora será la libertad, darle libertad a los pájaros de mi cabeza.

Al morir Armando no sabía que estaba asegurado por su padre, por un error administrativo en el aviso a su persona, así que todo el dinero se fue acumulando en un banco que en un principio era pequeño, pero ese dinero que nadie tocaba sirvió para mejorar algunas negociaciones. La madre de Armando estuvo muy triste penando varios meses, y rogando la muerte sin quererla, pero en cuanto el papel moneda se le apareció, Armando se volvió nuevamente olvidable, su muerte se opacó por la nueva felicidad de una madre, una nueva rica.










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